10. Deliel: Reclutamiento.

—A ver, vamos a intentar algo, guapo— lo bajó de su regazo y lo sentó sobre las piedritas en el agua, frente a ella. —Extiende tus manitas así— sujetó sus manitas y se las extendió debajo del agua. —Vamos a esperar a que ellos se acerquen.

Luego de pocos segundos tres peces pasaron por debajo y después por encima de las manitas de Deliel, uno de ellos de color naranja mordió ligeramente sus dedos al tiempo que otro, cálico, se quedó con la cabeza apoyada sobre su manita como si estuviera descansando mientras boqueaba la superficie del agua atrapando pequeños insectos.

—Los peces te quieren, ángel, para mi que en tu vida pasada fuiste un sirenito— dijo riendo.

Detrás de ellos escuchó unos pasos que pudo reconocer.

—Ay, Ireza, tu también ya te mojaste— dijo la voz de Sigrid desde atrás. —A ti no te traje ropa, muñeca.

—No te preocupes, se secará pronto cuando salgamos de aquí— dijo riendo.

—Deliel, tesoro, ¿no tienes frío?— le llamó desde la orilla.

—Oh… ¿estás jugando?— dejó las toallas sobre el pasto junto con el nuevo cambio de pijama para Deliel. Se asomó para ver lo que hacían pero no lograba ver muy bien.

—Está jugando con los peces— dijo Ireza.

—¿Con los peces? ¿Se dejan tocar?

—Sí, parecen curiosos en Deliel y les gusta, lo tocan cada que pueden.

—De verdad que es un ángel— dijo sonriendo enternecida.

—Un ángel sirenito, le encanta el agua— Ireza reía mientras seguía centrada en Deliel.

Rió enternecida, pocas veces podía ver a Ireza tan relajada, tan aparentemente suave y con la guardia baja. Deliel había obrado maravillas en todas en tan poco tiempo. Deseaba ver lo que lograría más adelante.

—Y los delfines también, fue delfín en su vida pasada— se quitó las sandalias y recogió su vestido para atarlo arriba de las rodillas como si fuera una falda y entró al agua. —Está fría— se quejó. —¿No tienen frío?— preguntó preocupada mientras se acercaba con cuidado a ellos.

—No está tan fría— respondió Ireza.

—Oh… se me olvida que naciste entre nieve y hielo— dijo riendo.

—Tú también— remiró aumentando su risa— pero eres muy friolenta.

—Es cierto— se contagió con su risa y terminó de acercarse. —¿Qué tienes ahí, tesoro? Oh, son pececitos— dijo viendo cómo los peces, cinco, se turnaban para posarse sobre sus manitas mientras parecían verlo sacando la boca del agua en dirección a él. —A los koi les gusta que los toquen, tesoro— le dijo hincándose al lado de ellos. —¿Te gustan?— preguntó sonriendo.

—¿Rico no?— pensó un poco. —¿No son ricos?

—¡Ay, ángel, ya encontraste otra forma de decirlo!— dijo Ireza emocionada y lo abrazó provocando que los peces se fueran asustados. —¡Eres muy listo!

—¿Qué pasa?— preguntó ansiosa por saber.

—Quiso probar las piedras del río y le dije que no se comían, le enseñé como decir que algo no se come y entendió que tampoco los peces se comen y te lo está haciendo saber sin usar las manitas— explicó antes de llenarlo de besos.

—¡Oh! ¡Cariño, que listo eres!— dijo asombrada aplaudiendo. —Eso estabas diciendo, tesoro, no se comen— le festejó emocionada alcanzando a tocar su mejilla para acariciarla.

—Espera, espera, tesoro— se apresuró a alcanzarlo temiendo que saliera disparado corriendo hacia más adelante donde el agua podría cubrirlo. —Primero hay que aprender a nadar y entonces ya vas a donde quieras, cariño— lo cargó y lo regresó a donde estaba Ireza y se lo dio.

Ella lo sentó de nuevo sobre su regazo.

—Tesoro, ¿no tienes hambre?— hizo la seña de "comer"— ¿No te ha pedido que le des de comer, Ireza?

—No, ha estado entretenido.

Se puso de pie y lo sujetó de una manita.

—Bueno, está bien, vamos— le dijo sonriendo.

—Ten cuidado, Ireza— pidió preocupada.

—Tranquila, no dejaré que el agua lo tape, veré hasta donde se anima a ir, no lo soltaré— le aseguró mientras caminaba con Deliel sujetando firmemente su manita.

Caminó con él un par de pasos más hasta que el agua le llegó arriba de las rodillas.

—Ya está muy profunda aquí, guapo— le dijo sonriendo.

Los peces pasaron por entre las piernas de ambos cuando se quedaron quietos y un koi adulto de color blanco pero con un círculo naranja el la cabeza, se acercó a Deliel y sacó la cabeza del agua a pocos centímetros de él.

Dos peces más, también adultos se acercaron y empujaron al primero para ser ellos quienes se posaran sobre las manitas de Deliel. El más grande de esos dos era cálico y el otro blanco con manchas negras. El de sello naranja nadó frente a ella y se inclinó para acariciar su cabeza.

—Puedes tocarlos si lo haces despacio y con cuidado, ángel, mira— le enseñó cómo hacerlo solo tocándolo con el dedo índice en el centro de su cabeza y base del cuello.

El pez nadó contra esa sensación como si quisiera maximizarla, nadó de frente y se sumergió para volver a la misma posición de antes esperando más caricias mientras boqueaba.

—No, no, espera, ángel— lo alcanzó antes de que se adentrara más al agua. —Se va haciendo cada vez más profundo— lo cargó y lo acomodó contra su cintura, de lado, para poder sujetarlo solo con un brazo. —Mira, si caminamos más el agua sube— caminó un par de pasos más hasta que el agua le llegó a la cadera. —Es peligroso, guapo, hay que tener cuidado— dijo con voz seria mientras lo sujetaba, con la otra mano, de una de sus piernitas para asegurar que no se le resbalara.

Asintió sin decir nada. No podía. ¿Qué iba a decir?

Terminó de ponerse las sandalias y después pasó a la blusa pero al acabar no se levantó, se quedó sentada con los codos apoyados en sus rodillas y sus manos cubriendo su rostro.

Suspiró y las lágrimas se deslizaron en silencio. Sus sollozos se quedaron guardados en su pecho. Así permanecería hasta tranquilizarse, entonces iría a la habitación para tomar un baño.

—Ireza, ya salgan, quiero que termine de comer— los llamó retirándose a la orilla. —Tesoro, ven aquí, tienes que comer— elevó un poco la voz para llamar su atención y que la escuchara bien.

Le ponía nervosa el verlos tan adentro en el agua. Confiaba en Ireza pero podría resbalársele y Deliel se asustaría mucho.

—Ya vamos— respondió Ireza.

La vio dar algunos pasos más hacia adentro y vio chacualeos en el agua, podía ver desde ahí que había peces queriendo ser tocados por ellos.

—Es con cuidado y suavecito, ángel— lo guió con una mano en la de él para indicarle cómo debía hacerlo.

Los tres peces grandes habían regresado y le ayudó a tocarlos pero de pronto, una silueta blanca pasó por detrás de ellos y nadó hacia ella para rozarse contra su cintura. La vio desaparecer y reaparecer en frente abriéndose paso entre los tres peces que eran más pequeños que ella.

—Eras tu— dijo sonriendo al reconocerla. —Mira, guapo, ella es Lady— dio bajando su mano para acariciar la cabeza y cuerpo de la koi completamente blanca. La única que había nacido con ese color y había crecido tanto.

Los tres peces regresaron pero no lograban alejar ni empujar a la koi que era del doble de tamaño que ellos. Y a diferencia de los tres, ella se mantenía tranquila, flotando y moviendo las aletas lentamente.

—Recuerda que es con cuidado— le volvió a pedir inclinándolo un poco hacia adelante para que pudiera alcanzar a la koi.

Lo guió para que pudiera tocar su cabeza y luego su lomo y costado. Lady se sumergió después y regresó desde el fondo para saltar fuera del agua y luego regresó a la posición anterior esperando una nueva caricia.

—¡Le gustaste, guapo, mira lo que hizo para ti!— dijo emocionada.

—Ireza, dejen ya de jugar— dijo mientras se colocaba las sandalias. —Niños, no hagan que me meta por ustedes— dijo como amenaza pero nadie le creería con ese tono tan juguetón que empleaba.

Se giró en busca de las toallas y entonces vio una silueta que segundos después reconoció.

Apenas y pudo evitar gritar su nombre. Recordó el temor que le tenía Deliel a los hombres. Sin embargo corrió hacia él y lo abrazó por el torso con fuerza.

—Creía que estarías descansando del viaje— dijo besando su mejilla. —¿Cómo estás? ¿Cómo fue el viaje?— preguntó entre alegre y aliviada de verlo.

Le había preocupado que el hecho de no haber podido verlo hasta ahora se debiera a algo grave que había ocurrido. Ella no había podido desocuparse atendiendo a su marido y recolectando algunas hojas y flores que necesitaba del vivero que tenía en su casa.

—A nosotras bien, es un encanto— dijo sonriendo. —Pero a él… no estoy segura— dijo dudosa.

Observó la dirección de su mirada y recordó que llevaba el vestido atado. Se deshizo el nudo y recuperó el largo normal.

—Le encanta el agua, los delfines, los mangos y aprende rápido— informó antes de acercarse ese paso que él se alejó y se asomó por debajo de las gafas y llevó sus manos a sus mejillas.

Sus pulgares delinearon su pómulo.

—¿Qué pasó?— preguntó dándose cuenta de que no estaba bien, no era solo cansancio lo que tenía.