11. Dión: Sueño Interrumpido.

—No— respondió de inmediato. —Pero me gustaría conocerte un poco más y confiar en tí. Y que también confiaras en mi. No sé, pensé que quizás sería una buena idea— le regresó la mirada. —Pero por cómo lo dijiste debo suponer que no estás de acuerdo ¿no?— terminó de beber el resto del vino.

—No lo sé, me ayudaste, no me tratas de loca y me agradas. ¿Se necesita más para querer empezar a conocer y confiar en alguien?— Lo imitó y se recargó en la barra.

Lo siguió sin pensar y su vista se desvió para observar todas las cosas a su alrededor. Estaba completamente fuera de su ambiente y se sentía demasiado insegura sin nada lógico a lo cual pudiera aferrarse.

Sin embargo, lo único que parecía real, lo único que sentía estable, era a Dion y el contacto que mantenían. Y a eso se aferró para poder tranquilizarse.

Ocupó el lugar junto a él y observó a través de los cristales del vagón. Automáticamente clavó las uñas de la mano que Dion no sostenía, en el asiento acojinado del sofá y clavó los pies en el suelo.

Aunque el tren tenía la forma de un avión, tontamente como siempre, no pensó en que en algún momento despegaría. No temía a las alturas al punto de la fobia pero sí le incomodaba mucho la idea de estar tan alejada del suelo.

El juego de constelaciones, la originalidad de su comportamiento, le hizo olvidar por unos momentos que estaban volando. Amaba las constelaciones y se había quedado embobada viéndolas.

Y así hubiera seguido de no ser por el siguiente cambio tan drástico que hizo el tren que ahora no sólo era parte avión, no, ahora era también un submarino.

Subió los pies al instante y se hundió en el sofá en cuanto se sumergieron en el agua. Su vista se fue de inmediato a la orilla de los cristales esperando que se quebraran en cualquier momento y el agua entrara, o que chocaran contra el fondo. Pero nada de eso ocurrió.

El tren avanzó tan naturalmente, tan fluido y sin perturbar la vida marina que ahora podía ver a través de los cristales. No bajó los pies del sofá, tampoco soltó la mano de Dion en ningún momento. Temía perderlo con tanto cambio de escenario que hubo.

Se sentía más segura así, más cómoda sintiéndolo con ella. Volteó a verlo, sorprendida, incrédula, maravillada.

—Jamás había visto algo parecido… Es hermoso— sonrió y volvió a mirar el paisaje marino. Específicamente las ballenas que nadaban junto al tren como si fuera de lo más natural. —Una melodía…— regresó la mirada a Dion y buscó sus ojos. —Aunque me gusta la música… no tengo talento para ella… No alcanzo a imaginarla…— dijo sonrojada, apenada, bajando la mirada y hasta cierto punto en tono triste. —¿Cómo suena la melodía de este universo?

Arkadei tenía un talento nato para la música, talento que no compartía con él y que era una de las cosas que no tenían en común y por lo tanto no podía usar para conectar con él.

Con Dion era igual… Amaba su música pero no podía usarla para formar un vínculo con él…

—¿Lo vez? La música sí es lo tuyo después de todo…— levantó la mirada para encontrar sus ojos y sonrió con ternura.

Quizás… negar la música y su talento era algo que él quería hacer pero inconscientemente… terminaba por surgir en él de todas formas. No podía acallarla… es parte de él.

Pudo sentir el brinco que dio su corazón y el fuerte golpeteo de sus latidos en el instante que él acarició su mejilla. La garganta se le anudó y se paralizó temiendo que ese contacto terminara.

Sus ojos reflejaron tristeza cuando apartó su mano. Apenas y había podido disfrutar de esa pequeña caricia que le brindó.

Sabía que debió de haberse visto completamente estúpida y patética. Como la adolescente tonta que se enamora de su ídolo y a diario sueña con escenas similares en donde la estrella amada por miles la nota y le dedica cinco segundos de su atención solamente a ella.

¿Quién era ella sino una más del montón? ¿Quién era ella sino un simple número dentro de ese millar más que deseaban lo que ahora mismo, por suerte, tenía ella? ¿Cuántas más habían logrado ir mucho más allá y conseguido al menos una noche con él? ¿Cuántas más formaban parte de sus fieles seguidoras? ¿Cuántas más intentaron atraparlo? ¿Quién lo había conseguido?

¿Quién sería la que poseería ese corazón para hacerlo reflejar su sentir en esos intensos y profundos ojos castaños…?

—Estuve a punto…— respondió sin que su sonrojo desapareciera pero sí se suavizó su sonrisa y sus ojos probablemente se mostraron decaídos. —No se me permitió llegar a tanto.

Bajó la mirada y la fijó en la unión que mantenían sus manos. Acercó ambas a ella, cerca de su pecho y sin liberarlo comenzó a trazar una serie de símbolos en cadena con el dedo medio de la mano libre en el dorso de su mano.

Como todo lo anterior probablemente no funcionaría pero al dibujar imaginariamente los símbolos nórdicos del sueño esperaba de algún modo conectar con el imaginario colectivo y así influir en su subconsciente para darle sino el poder de controlar sus sueños, sí protegerlo de ellos.

Necesitaba sacarlo ya de ahí.

Negó con la cabeza como en señal de que le restaba importancia al asunto del enamoramiento frustrado. Aunque aún lo recordaba ya no sentía esa decepción que por un tiempo la tuvo desencantada de todo.

Sus ojos no se habían apartado de las manos que se unían sino hasta que él le preguntó por el significado de algo. Entonces levantó la mirada y encontró sus ojos.

Por algunos segundos no supo a qué se refería hasta que vio cómo tocaba su propio costado mientras la miraba y ella, de reojo, pudo ver los símbolos en los cristales superiores.

Detrás de ellos, el escenario había cambiado. El océano se había convertido en un fondo que sostenía estrellas y las criaturas marinas ahora estaban pintadas con colores fluorescentes.

¿Por qué habían cambiado?

—Guía y protección…— dijo sonriendo ligeramente mientras trazaba de nuevo el primer símbolo. —Este es para que nunca te pierdas, para que siempre, estés donde estés, te guíe hacia donde eres amado. —Trazó entonces el segundo símbolo. —Este es para que estés protegido de todo, siempre, no importa en dónde estés o por lo que estés pasando. Son como un hechizo. Y cuando se dibujan juntos, uno arriba del otro…— continuó mientras volvía a dibujarlos otra vez pero de forma más lenta para que pudiera sentir con más claridad cada trazo. —Así. Pueden incluso guiarte y protegerte en tus sueños.

¿Se dio cuenta?

Sin poder decir nada observó a Dion, su postura y su gesto.

¿La reconoció ya como la intrusa que era?

Los símbolos habían funcionado pero no como esperó que lo hicieran. No había deseado revelarse como la intrusa que era. Había deseado que Dion tomara control sobre sus sueños.

Pero lejos de eso acababa de ponerlos en riesgo a los dos. Se había convertido a si misma en una diana fosforescente que no podría ocultarse ya, y a él lo acababa de meter en el fuego cruzado.

¿Qué esperaba? ¿Realmente había creído estúpidamente que podría hacer algo para ayudarlo? Si no podía hacer nada en el mundo real ¿qué esperaba lograr en el mundo de los sueños de alguien más?

Iba a ponerse de pie y responder la pregunta que le hizo, iba a pedirle que la escuchara, que la dejara explicar lo que sabía y lo que suponía pero vio sus expresiones, algo había llamado tanto su atención que se había olvidado de ella. Quiso voltear hacia esa dirección pero una silueta, allá en el fondo, llamó su atención.

Una silueta negra que a medida que avanzaba hacia ellos se hacía más grande y a su paso iba consumiendo en oscuridad todo lo que la rodeaba. No supo darle un nombre a ese ser, no era una pesadilla pero le daba la misma sensación de peligro. No era nada que hubiera visto o conocido antes.

Lo primero que pensó fue en la muerte pero cuando pudo ver su cara supo que no era eso pero no por ello era menos peligrosa. La criatura tenía el rostro de una muñeca, un rostro inmutable, frío y aterrador.

Una muñeca… Una muñeca antigua…

Era su culpa. La aparición de una muñeca así se relacionaba con la llegada de problemas que uno mismo causaba. Ella había influido en el sueño, lo había alterado con los símbolos y con ello desequilibró a Dion. Ella lo había provocado, ella causó que lo que antes había sido una maravilla, ahora fuera una muy real pesadilla.

Observó la mano que alzó la muñeca. Tenía un arma y la apuntaba a Dion.

Eso mismo, esa misma escena había ocurrido segundos antes de que todo empezara.

Ese ser, fuera lo que fuera, se había identificado ya como algo que pretendía dañar a Dion. ¿Por qué si no apuntaba a él en lugar de apuntarle a ella que es la intrusa?

Si eso era así, si ese ser buscaría dañarlo entonces ya tenía un objetivo al cual marcar. No le permitiría dañarlo, no se arriesgaría a eso pues ya estaba herido en la realidad terrenal, una herida en sus sueños… Terminaría por matarlo.

Se levantó, no esperaría a que la bala terminara su trayecto impactando en su objetivo por tercera vez. Empujó a Dion con su propio peso para sacarlo del curso de la bala. Lo cubriría con su cuerpo si eso debía hacer para poder protegerlo y despertarlo.

En cuanto sacó a Dion del curso dela bala volteó a ver hacia afuera, buscando aquella criatura que la había disparado.

Si tan solo fuera su sueño podría actuar de forma más eficiente y eficaz pero no lo era. Estaba fuera de su terreno y no podía influir directamente en lo que ocurría por más que quisiera.

Los cristales se habían fragmentado pero milagrosamente no se separaron, observó los símbolos en la parte superior. Brillaban, y esta vez más intenso que antes.

¿Por qué? ¿Qué poder habían obtenido y por qué razón? ¿Pocas personas los conocen y aún menos saben su significado?

Quizás… ¿Dion se apropió de ellos y les dio sin querer el poder que ahora demostraban?

La criatura pegó su rostro al cristal y posó sus ojos en Dion. La cara que antes no había tenido expresión alguna ahora había puesto sus ojos en él, y no sólo eso, formaba una demencial sonrisa que hasta a ella le heló la sangre pero lejos de querer huir su instinto le marcaba que le diera la cara poniendo a Dion lejos de la amenaza; amenaza que le hacía sentir unas irresistibles ganas de destrozar, de eliminar sin posibilidad alguna de un retorno.

Pero no contaba con ninguna ventaja, ni siquiera la ventaja de la lógica. Y encima no estaba sola, cada cosa que hiciera arriesgaría más aún al dueño del sueño.

Sintió un fuerte tirón y sintió la cercanía de Dion pero sus ojos no se despegaron de la criatura aunque de reojo podía ver ese líquido negro que empezaba a inundar el vagón.

—¡Corre al otro vagón!— dijo exaltado mientras la jalaba para hacerla volver por la puerta que los había llevado a ese lugar.

El nuevo vagón estaba imperturbable, giró la vista hacia atrás buscado a Dion a quien vio cerrar la puerta y observar el vagón del que venían a través de la ventana.

Desde donde estaba pudo ver que la criatura no había conseguido entrar pues no la vio por ningún lado y enseguida un brillo intenso pareció casi estallar dentro y todo volvió a la normalidad como si jamás hubiera pasado algo.

—Tus símbolos lo hicieron desaparecer…— le escuchó decir mientras volvía a clavarle la mirada como antes, fijándola como la amenaza que era.

Ella en cambio siguió el movimiento de su mano.

El lado derecho… El sitio que hirió la bala…

Se le terminaba el tiempo. Ya se había demorado demasiado.

—¿De dónde vienes, Ireza…?— volvió a interrogarle y hasta ese momento se dio cuenta lo cerca que estaba. Hasta entonces pudo ver su postura que se mostraba amenazante.

Buscó sus castañas orbes y lejos de retroceder dio un paso al frente, hacia él.

—Arena O2 en Londres, como dije antes había asistido a un concierto— respondió con voz clara, firme, sin desviar la mirada.

Si Dion ya había recobrado un poco de conciencia sobre el sueño, quizás ya podría recordar lo que estaba bloqueando.

Se quedó quieta mirando a Dión mientras él la sostenía.
Notó sus gestos, se forzaba a no recordar, se forzaba a no distinguir la realidad del sueño.
¿Por qué?
Pero había algo más, en su mirada se reflejaba una escena que no pudo distinguir bien, y la escena le causaba dolor, en sus gestos se podía notar que había mucha más que una normal incomodidad.
En cuanto la soltó volteó a ver hacia atrás buscando lo que él había visto. No había nada.
¿Estaba herida?
No se había dado cuenta de que estaba herida. Pensó en la bala, la velocidad que tenía había sido muy lenta, ¿en qué momento la había alcanzado?
La mancha en su abrigo ya era evidente y se hacía cada vez más grande. ¿El daño se habría marcado en su cuerpo fuera del sueño tal cuál?
Se empezó a quitar el abrigo y ahora que había notado la herida comenzó a sentirla caliente y batalló para mover el brazo. Subió la manga y revisó la herida tocando el corte directamente. La carne no sólo estaba lacerada sino quemada en los bordes. Necesitaba deshacerse de esas cauterizaciones pues no conocía la naturaleza de aquella bala ni las consecuencias que traería si dejaba la herida tal cual.
—Si no te gustan estas cosas sería bueno que apartaras la vista— le sugirió mientras se giraba de costado para ocultar la herida de Dión.
No todos tenían el estómago para cosas así y no le obligaría a ver algo que muchos consideran indigesto.
Sangró más, le dolió y se le paralizó el brazo y el hombro pero no se detuvo y se deshizo de la carne quemada. Agradeció como siempre tener un alto umbral del dolor pues de otro modo no podría ni revisarse ni atenderse a si misma.

Se retrajo esperando poder ocultar el procedimiento de la vista de Dión pero fue demasiado tarde. Ya lo había visto todo y ella resopló adolorida y molesta.

Por algo se había ocultado y ahora ya causó malestar y nauseas en él.

Entendió o pensó en la posible razón que tuvo para haber buscado poder verla. Se habría preocupado por ella y quizás quería ayudar.

Rebuscó en la herida más cauterizaciones pero ya no encontró nada. Su mano ya estaba completamente llena de sangre y por su brazo fluían líneas de la misma. Deseó tanto tener aloe a la mano para poder lavarse o poder alcanzar a lamerla. Pero no tenía ninguna de esas dos opciones.

Se cubrió la laceración con la palma de su mano y la frotó "lavándola" con su propia sangre y al mismo tiempo acelerando el proceso de coagulación.

Estaba adolorida y aturdida pero más que nada frustrada. La bala no había sido para ella y ahora con la herida se acababa de volver aún más inútil de lo que antes era.

¿Cómo iba a proteger a Dión ahora? Ella herida y encima ya sin su confianza al haberse revelado como la intrusa que era.

Retiró la mano de la herida para dejarla respirar y la acercó a su pecho. Observó la sangre.

Estaba furiosa. Estaba frustrada. De haber estado en sus sueños habría destrozado a esa criatura en cuanto se fijó en él.

¿Cómo demonios los iba a sacar de ahí? ¿Cómo haría que Dión la sacara para poder ayudarlo en la realidad sin dejarlo abandonado en los sueños expuesto a ser atacado por cualquier cosa?

Idiota, imbécil, inútil. Estúpida.

Al haberse revelado, al haber hecho que Dión la reconociera como la extraña y ajena que era a su mundo, había perdido toda oportunidad de poder ayudarlo.

Cerró la mano en un puño y sintió sus ojos irritados. Quiso rugir su frustración e impotencia pero no lo hizo. Se lo tragó.

¿Y ahora qué?

—Ireza— escuchó la voz de Dión llamarla apurado. —Escribe tus símbolos de nuevo. Escríbelos sobre la botella— la mantuvo frente a ella para mostrársela.

¿Para qué? ¿De qué sirve ya? Quiso preguntar.

Sus ojos apenas se habían posado sobre la botella cuando un fondo níveo manchado con carmín llamó su atención con más fuerza.

La rosa que él aún llevaba en el pecho se había teñido aún más que antes.

Se acaba el tiempo.

Fue lo único que pudo pensar mientras se le anudaba la garganta y su vista se nublaba por las lágrimas que no dejaba ni dejaría salir.

Y yo le dije que la rosa lo protegería. Qué estúpida. Se burló de ella misma internamente.

Alzó la mano ensangrentada y la guió hasta la rosa, deslizó sus dedos por debajo de la corona de pétalos, manchó los ya carmines con su propia sangre pero no se detuvo. Encontró el tallo, tocó una espina y buscó pincharse el dedo corazón.

No supo si serviría o no. Ya no sabía nada ni intentó buscar sentido a lo que pasaba o lo que hacía. De todas formas nada funcionaba. Lo único que quería era estar en el mismo barco que él.

Si a él le estaban contando su tiempo valiéndose de su sangre, entonces su sangre no iría sola.

Alejó su mano y la deslizó hasta tocar la de él y llenar sus dedos con la sangre que él tenía, y sobre todo el pequeño corte que se había hecho ella misma. Entonces regresó su vista a la botella y trazó los símbolos con ambos fluidos vitales mezclados.

Observó el cambio de color que presentó el líquido en la botella. Se había vuelto negro.

No tenía idea de por qué había sufrido ese cambio o qué era lo que él deseaba obtener.

—No, Ireza, no…— dijo él y ella lo sintió como un regaño. —No toques mi sangre…

"¿Por qué?"

Lo vio limpiarse la mano manchada con sangre en su pantalón. Claramente repudiaba su sangre pero no imaginaba la razón.

—Mi sangre solo te hará daño…

"¿Daño?"

Sus palabras se quedaron en su mente haciendo eco. Ya no podía pensar en significaciones o simbolismos. Ya no importaban, no podía seguir apostando por los significados que ella creía que había detrás de cada cosa o acción que veía.

No le quedaba nada más que recurrir a la lógica, su propia lógica.

Si él decía que su sangre le hará daño entonces debía pensar que estaba enfermo y por eso creía que la contagiaría. Y según la falsa medicina moderna, todas las enfermedades que podían transmitirse por vía sanguínea tenían un origen sexual y eran altamente contagiosas irremediablemente.

Y si él creía que tenía alguna… Es porque le habían provocado que creyera en el contagio y la desarrollara.

Sintió un nudo en la garganta y el estómago se le fue al suelo. Se talló los ojos intentando retener las lágrimas que ahora se volvían más difíciles de controlar.

De pronto sintió cómo tomó su mano y lo vio observar las manchas de sangre. Ella habría desviado la mirada de no ser por el nuevo cambio de coloración, esta vez en su mano.

Su dedo medio, el que se pinchó y con el que tocó la sangre de él, se había vuelto de color negro y la mancha se extendía hasta su palma y seguía avanzando.

Ella no lo pudo ver más que como una mancha pero él se había puesto pálido. Limpió su mano con su camisa antes de tirar de ella para obligarla a seguirlo.

Él se metió detrás del bar para buscar algo, ella se quedó del otro lado. No le interesaba lo que fuera que le estuviera ocurriendo a ella. Le dolía lo que le habían hecho a él. No podía pensar en nada más.

—Por favor, Ireza, tus símbolos— le llamó, le pidió en tono de súplica mientras le sostenía la mirada. Mirada en la que ella no pudo ver nada más que miedo y preocupación. —Tus símbolos pueden curarte…

"No necesito ser curada, no estoy enferma… No me vas a enfermar…" Intentó decir pero el nudo en la garganta no se lo permitió.

Bajó la mirada a la botella. ¿Por qué le había dado tanta importancia a los símbolos?

Ella se los había mostrado y le había explicado el significado de cada uno pero fue él quien les dio el poder de funcionar como ella se lo había dicho. Estaba usando su propio poder creyendo que quien tenía la habilidad de usar símbolos era ella…

Le hizo creer que quien tenía poderes era ella…

¿Qué haría ahora? ¿Cómo lo convencería de que el auror es él y no ella? ¿Cómo haría para hacerle ver que estaban en su sueño y que podía controlar todo a voluntad si lo deseaba?

Elevó la mano del brazo herido y aunque lo sentía acalambrado podía moverlo. Sujetó la mano de Dión y sus dedos se deslizaron hasta emparejarse con los de él y los guió a la botella.

—Sabes cómo son, ahora puedes trazarlos ya sin mi y responderán a tus deseos sin importar con qué o sobre qué hayan sido dibujados— dijo casi como en un ronroneo mientras guiaba el índice de Dión con el propio y trazó los símbolos en la botella. —¿Qué deseas que hagan?— preguntó sonriendo con ternura sin soltar su mano, sin apartarse de él.

No la entendía… No le quería creer…

¿Cómo iba a convencerlo de algo si ni siquiera la quería escuchar? 

Le dolía cada palabra que usaba para atacarse a si mismo. Le dolía que creyera tan fervientemente que era un peligro, que le haría daño.

¿Cómo convences a alguien de lo contrario? ¿Cómo lo haces si hablando razonablemente con alguien no lo logras? ¿Cómo lo consigues si esa persona está inmersa en su subconsciente y no está pensando con razonamiento lógico?

Se sentía débil, se sentía inútil, impotente.

Negó con la cabeza en respuesta a lo que él decía. Sonreía para él pero ni eso ni sus palabras le importaban. ¿Por qué le importarían? ¿Quién era ella para que siquiera le diera importancia a lo que fuera que dijera o hiciera?

No estaba llegando a él…

Trazó los símbolos en la botella que él le acercó.
 
—Haces daño porque crees con tanta fuerza que haces daño— dijo posando sus ojos en la rosa. —Yo sé que ni tu ni tu sangre hacen daño así como sabes que mis símbolos crearán ese antídoto.

No la entendía… No le quería creer…

Se repitió mentalmente.

Claro. ¿Qué sabía ella? ¿Quién era ella?

Nada, nadie. Día a día. Nada ni nadie.

Poco a poco iba perdiendo las fuerzas para retener su llanto de impotencia.

Miró sus orbes castañas. No se había sentido tan alejada de él sino hasta ese momento, con esas palabras, con esa mirada que le dedicaba.

No le importaba la herida, no le importó que hubiera cerrado. Ni siquiera prestó atención a cuál había sido el resultado final de esa curación.

Observó el paisaje tras los cristales.

Un bosque. Un bosque que parecía estar bajo una profunda noche. ¿Por qué un bosque? ¿Por qué oscuro?

¿Qué más daba? Había dejado ya de darle significado a todo. No servía de nada.

Lo que ahora le interesaba era el estado anímico de Dion que parecía ser lo que le daba poder a las cosas que ocurrían ahí.

¿Se sentía así de destrozado? ¿Se sentía así de solo y adolorido?

—Realmente…— empezó sin realmente saber o pensar si quiera en lo que diría. —No me crees, ¿verdad?

Tomó la botella y bebió de ella.

—Por qué lo harías, ¿cierto?— dejó la botella en la barra del bar. —Acabamos de conocernos, no sabemos la clase de persona que es el otro, no sabemos lo que ha hecho el otro— repitió sus palabras pero los incluyó ahora a los dos. —No te interesa lo que yo pueda asegurar. Sé que no eres peligroso… Sin embargo no me escuchas… No me permites llegar a ti…

Sonrió débilmente y buscó sus ojos. Llevó su mano a su mejilla y la colocó ahí.

—Aun así aquí estoy, contigo— su sonrisa se amplió más formando una no solamente sincera sino animada, una que reflejaba decisión. —Puedes sentirme— acarició suavemente su pómulo con el pulgar.

Su piel se erizó y ella sintió un estremecimiento de puro gusto que acabó instalándose como un sonrojo en sus mejillas. No había esperado esa caricia.

Ladeó la cabeza hacia su mano, por reflejo o instinto buscando profundizar más esa ligera caricia.

—Es una pregunta bastante difícil de responder porque ni yo misma lo sé— dijo riendo ligeramente. —Pocos saben responder esa pregunta ¿Tu sí lo sabes? ¿Sabes quién eres?

Lo observó moverse y se sentó al lado de él pero con su frente dirigida hacia él.

Recordó la sangre que tenía en la mano y la forma en que se había presionado el torso.

Estaba herido e intentaba esconderlo.

—Sí importa, a mí me importa— dijo mientras se inclinaba hacia él y colocó la mano en su torso, sobre las costillas.

Presionó ligeramente.

No retiró la mano pero sí desvió la mirada hacia la escena que mostraban los cristales.

Ese sueño estaba lejos de parecer un sueño… Todo lo que pasaba, todo lo que se mostraba, todos los cambios…

Más parecía un limbo que un sueño. Más se asimilaba a lo que se decía de los recuerdos que acuden cuando se está al borde de la muerte…

—Tu tampoco. No debiste abordar— abrió los botones de la camisa buscando lo que él ocultaba.

—¿A dónde se dirige este tren?— se puso de pie luego de haber visto el cambio de color de la rosa.

Había reaccionado pero no sabía exactamente por qué.

—Si lo esperabas es porque sabes a dónde se dirige— se acercó a él y deslizó su mano por debajo de su camisa y la subió directamente a la herida mientras le sostenía la mirada.

Si pensó que no podía sentir mayor urgencia, se había equivocado. Y si creía que había dejado de verla como una enemiga, como un peligro. También.

Aflojó su mano en un intento de bajar la presión sobre su herida. Suficiente daño se estaba haciendo él mismo sujetándola así con esa fuerza contra él mismo. Sin embargo no hizo intento por retirar la mano.

—No volveremos atrás, Dión, no lo pregunté por eso— bajó la mirada a la rosa y después de ver la insegura decoloración, volvió a mirarlo. —¿Qué debo hacer para que me permitas atender esta herida?