10. Edyta: Reclutamiento.

No pudiste saber a qué sitio te llevaron hasta que te hicieron subir por unas escaleras angostas y te empujaron a la esquina de un lugar a donde caíste. Sigues maniatada con la cinta adhesiva y con la capucha negra en la cabeza.

—Ahí te vas a quedar, princesita —te dijo la voz de un hombre—. Ni se te vayas a ocurrir gritar porque te metemos un balazo a la cabeza.

Escuchaste pasos que se acercaron a ti.

—Así me gusta, calladita y modosita… —dijo el hombre—. Aquí te vas a quedar hasta que yo diga. Si vemos que te comportas, hasta podríamos traerte algo de comer y quitarte esa capucha. Pero si no, las cosas se van a poner feas.

Escuchas una risa de un hombre que se encuentra más apartado de ti antes de que sientas cómo te sujetan con fuerza del cuello hasta el punto de casi querer estrangularte.

—¿Así que eres una perrita respondona? —dijo la misma voz del hombre esta vez sonando molesto—. Te voy a dejar que pienses bien la respuesta antes de que muela a golpes tu bonita cara.

—Aprendes rápido —dijo el hombre que inmediatamente liberó tu cuello. Ahora ya puedes respirar bien.

Escuchas unos pasos y que los hombres susurran algunas palabras que no puedes comprender. Se oyen unos pasos ir y venir y luego unas maldiciones, luego que algo cae muy cerca de donde estás.

Escuchas pasos que se acercan a ti y de pronto el saco negro de tu cabeza es retirado. Ahora puedes ver que hay tres hombres en una habitación que parece un ático. Hay dos ventanas que están tapiadas con madera y los hombres llevan cubierto el rostro con unos pasamontañas. Lo que dejaron caer cerca de ti fue un colchón viejo con varias manchas.

—Ahí te vas a dormir —te dice refiriéndose al colchón— y si no le gusta, te duermes en el suelo, me da lo mismo.

Puedes ver que el suelo está lleno de polvo y que hay huellas de ratas. Al fondo del ático puedes ver a otro hombre que tiene un arma en la mano y que te mira atentamente.

—No pienso quedarme toda la noche vigilándola —dijo el tipo del arma—. ¿Dónde están las esposas?

—Voy por ellas —dijo uno.

—Yo me largo —dijo otro—. Más vale que nos paguen bien por esto.

—¿Para qué la quieren? —preguntó otro.

—¿A ti qué cojones te importa? Ve por las esposas y ya.

Tres de los hombres abandonaron el lugar pero el que tenía el arma siguió desde su posición mirándote. Después de pocos minutos reapareció uno de los tipos encapuchados llevando unas esposas en las manos. Te tomó con brusquedad, con una navaja te cortó la cinta adhesiva y te esposó una mano a una tubería solida muy cerca de donde te encuentras. Luego abandonó el sitio bajando por la trampilla que llevaba al piso inferior.

—Ahora te vas a quedar sola —dijo el tipo del arma —pero nosotros estaremos aquí abajo, así que no se te ocurra hacer una idiotez porque vamos a estar vigilando.

Y una vez dicho eso, bajó por la escalera cerrando detrás de sí la trampilla que llevaba hasta ti. Ahora te quedaste completamente sola.

Has pasado toda la noche esposada al sucio rincón donde te dejaron. Si permaneciste despierta durante toda la noche, escuchaste a los secuestradores hablando durante un largo periodo y luego todo quedó en silencio. Por entre las ventanas tapiadas puedes ver que se asoma un poco de luz de día lo que te hace saber que ya amaneció.

Después de unas horas se vuelve a escuchar ruido en el piso inferior. Seguramente ya te ha dado hambre y estás incómoda en la posición en que te encuentras con tu muñeca esposada.

Escuchas unos pasos que suben y por el hueco de la trampilla apareció uno de los hombres encapuchados que dejó caer frente a ti una bolsa de papel con el logo de una marca reconocida de hamburguesas.

—Ahí tienes tu desayuno —te dijo con desdén antes de dar media vuelta para bajar por la trampilla.

Si miras dentro de la bolsa encontrarás una hamburguesa envuelta en papel con la misma marca del exterior. Es todo lo que hay dentro.

Permaneciste encerrada en ese sitio durante todo ese día. En la tarde te llevaron otra hamburguesa similar a la primera, te dieron simple agua en un vaso de plástico y si quisiste usar un sanitario, dos se encargaban de eso, uno que se acercaba a ti para desposarte y otro que vigilaba desde un poco más lejos con la pistola lista por si decías hacer algo peligroso. El sanitario era sucio y estaba totalmente cerrado por lo que no había manera de escapar y no había nada que pudieras usar como arma.

Esa noche fue similar a la anterior, te dejaron sola en el ático, esposada a la firme tubería y junto al colchón viejo.

El día siguiente pareció un déjà Vú del anterior. Una vez más permaneciste sin saber nada de lo que sucedía o por qué te mantenían encerrada. La comida que te volvieron a dejar fue una hamburguesa fría y un vaso de plástico con agua. Lo único que cambió es que al anochecer notaste que los ánimos de tus captores estaban alterados.

Desde el sitio donde te mantienen esposada pudiste escuchar que estaban discutiendo aunque no pudiste entender muy bien el por qué, lo único que te llegó claro fue una frase:

—Debemos matarla.

Escuchaste más voces que venían desde abajo, ya no discutían, ahora solo murmuraban. Entonces los pasos de alguien que subía por la trampilla se hicieron más fuertes hasta que viste a dos hombres aparecerse por ella, ya no llevaban máscaras, uno llevaba una pistola y el otro una almohada sucia.

El de la almohada se acercó hacía ti mientras el otro lo seguía de cerca pero no lo suficiente como para que estuviera a tu alcance.

Iban a matarte en ese instante, pudiste deducirlo de la forma en que te miraban.

El tipo de la almohada se abalanzó hacia ti para cubrirte el rostro con la almohada.

—¡Dispárale! —dijo al de la pistola.

Escuchaste que el arma de martilló. Sería tu fin…

O eso parecía…

De pronto sentiste que la esposa en tu mano desapareció y el piso se abrió debajo de ti justo cuando resonó un tiro ensordecedor. Pero si la bala era para ti, ésta no pudo herirte porque tú caíste, del ático al piso de abajo, y luego aún más abajo.

Fue tan repentino y rápido que apenas si pudiste darte cuenta de que habías sido atrapada en el vuelo por un par de brazos que evitaron que cayeras de lleno al suelo. Estabas de pronto en la planta baja de la casa y la persona que te sostenía era un hombre de aproximadamente seis años mayor que tú y ojos dorados.