11. Dión: Sueño Interrumpido.

—Este lugar se llama Aurum Concordiam Institute. A ojos de todos somos como una escuela como cualquier otra, mantenemos un perfil bajo para evitar llamar la atención de gente no deseada. Es un lugar secreto, sí, pero aquí es bienvenido todo auror que necesite ayuda. Como he dicho antes, pueden entrar y salir como gusten siempre que tengan el suficiente control sobre sus poderes como para no lastimar a otros o a si mismos. También son bienvenidos los familiares cercanos de cada auror y pueden venir cuando deseen.

Lo miró con atención, algo no iba bien, su actitud y tono habían cambiado, ese gesto de morderse la punta del pulgar era un signo de preocupación o nervios.

—¿Ocurre algo?— preguntó preocupada regresando su mano a su mejilla para lograr que volteara a verla mientras le dedicaba suaves caricias.

Dudó que no fuera nada pero no iba a presionarlo y menos en la condición en la que estaba.

—No lo sé…— dijo pensativa mientras volteaba a ver a la cómoda donde sería lógico que hubieran dejado sus pertenencias. —Voy a peguntar, espera un momento— se levantó de la camilla y fue al sofá donde había estado durmiendo. De entre los pliegues de la cobija encontró su celular y marcó el número de Gherard.

—Ireza, ¿pasó algo?— preguntó nada más responder la llamada.

—Dión ya despertó— fue lo primero que le dijo pues sabía que él también había estado preocupado por Dión.

—¿De verdad? Que alivio— dijo suspirando. —¿Cómo está?

—Bien, adolorido como era de esperarse— dijo mientras caminaba hacia la cómoda.

—Terminé de comprimir los extractos que me dio Sigrid, le ayudarán a suprimir el dolor, los llevaré enseguida.

—Gracias, sí, serán de mucha ayuda— abrió el primer cajón pero no vio nada. —Gher, ¿sabes dónde están las pertenencias de Dión?

—Las metí en una maleta que Sigrid se llevó para lavar su ropa. Debe haberlas llevado ya, estarán en la salita de espera.

—La ropa pero, ¿y su celular y su cartera?

—Ahí estaban también, seguramente los dejó junto con su ropa.

—Oh, voy a ver— volteó a ver a Dión y bajó su celular para poder hablar con él. —Veré si dejaron tus pertenencias aquí afuera— le hizo saber mientras caminaba hacia la puerta.

La abrió y la dejó así, totalmente abierta mientras salía para ver la cómoda que estaba pegada a la pared entre los sofás.

—Ireza, si busca su celular… ¿No crees que verá lo que ocurrió? ¿Crees que sea buena idea en estos momentos?

Hasta entonces se dio cuenta de que no era buena idea pero seguir ocultándole las cosas tan descaradamente tampoco estaba bien.

—No…— encontró un canasto con la ropa doblada y encima la cartela y el móvil. —No puedo seguir ocultándolo…— dijo en voz baja más como muestra de derrota que para que Dión no la escuchara.

—Espera a que llegue, hablaré con él si no quieres hacerlo tu— ofreció. —Voy ya para allá.

—No creo que importe si lo haces tu o yo…— tomó la canasta y observó el celular.

¿Habría sido alcanzado también por el PEM que creó Arkadei para descomponer los celulares? El de ella no había sido afectado…

—De todas maneras espera a que llegue, quizás pueda ayudar con algo— insistió Gherard.

—Apresúrate— dijo sin real intención de que lo hiciera y cortó la llamada.

Regresó a la habitación con el canasto sujeto contra su cadera con una mano.

—Aquí está— acercó el canasto a la camilla y la apoyó en la orilla.

Sintió alivio cuando su celular no encendió pero ese alivio se esfumó cuando pidió hablar por teléfono.

No sabía nada sobre su familia ni del paradero del monstruo, no sabía si podría comunicarse con ella…

Fuera como fuera no podía dejar que se enterara de todo por alguien más…

—Dión… antes de que hagas esa llamada…— no supo por donde comenzar y agachó la mirada avergonzada y culpable. —Necesito ponerte al tanto de lo que ocurrió… Si te lo digo quizás puedas recordar lo que pasó… pero no sé si vayas a creer lo que te diga…

—No, no, no me refería a ellos. No les ha pasado nada a ellos— dijo enseguida primero apurada pero luego con más seguridad.

Su familia no había estado presente y al monstruo tampoco le pasó nada. Fuera de algunos golpes cuando la detuvieron pero eso no era nada, se merecía más pero logró escapar ilesa la muy maldita.

Se quedó sin palabras de pronto. No supo que decir y su mirada le recordó aquella que le había dedicado la última vez que lo vio.

Negó con la cabeza. No podía. No podía hacerlo de nuevo…

Caminó hacia el teléfono inalámbrico y lo tomó de la base que lo mantenía cargado. Se lo dio y se alejó de él.

—Haz las llamadas que necesites…— se sentó en el sofá y recogió sus piernas sosteniéndolas entre sus brazos.

Quiso y no quiso intervenir. Se había arrepentido en dejar que se enterara por otra fuente pero fue demasiado tarde.

Se puso de pie y dudó en acercarse pero a final de cuentas lo hizo. Pensar lo que hacía, de todas formas, nunca servía y al contrario, arruinaba las cosas o las complicaba más.

Tomó el teléfono y lo apartó dejándolo sobre la mesita de ruedas al lado del vaso. Colocó su manos sobre la de él e intentó llamar su atención.

—Dión…— lo llamó primero suave, casi inaudible por el nudo en la garganta pero se lo tragó e intentó de nuevo, esta ves más claro. —Dión…

Observó su mano como si de pronto la desconociera, como si no fuera suya y fuera algún objeto al rojo vivo o cubierto de espinas.

En ese momento dejó de prestarle atención a lo que sentía, era una extraña para si misma, alguien ajena a ella y no le interesaba en lo más mínimo quién fuera o lo que sentía.

Movió su cuerpo pero no lo sintió con naturalidad, era como si fuera una máquina que obedecía lo que ella necesitaba.

Rodeó la cama y colocó sus manos en sus hombros para evitar que se levantara e intentó regresarlo a la posición en la que estaba.

—No puedes levantarse así, se abrirán las heridas— dijo entre apurada y preocupada pero eso no se registraba en su mente. —Lo que desees hacer lo puedes hacer desde aquí— dijo ahora en un tono claro que, por fracciones de segundo, ella la sintió como una voz ahogada.

En su mente se formaban las palabras y su boca las pronunciaba deteniendo la mitad en una especie de filtro que no supo en qué momento lo colocó.

Escuchó leves golpes en la puerta, una voz y enseguida alguien se unió a ella para intentar detener a Dion. No supo quién era aunque conocía la voz, no supo reconocerlo aunque al verlo, sabía quién era.

—Cuando todo ocurrió él se encargó de que pudiéramos traerte aquí antes de que los recolectores o control áurico te llevaran. No sé qué más ha arreglado, déjame llamarlo, él podrá responderte mejor todo lo que tengas que preguntar y quizás pueda ayudarte con lo que necesitas— dijo inmediatamente sin darle tiempo a su cabeza de procesar nada y así no revelar de ninguna manera lo que ella misma sentía respecto a la pregunta.

Después de ver que él regresara a la posición que tenía, se apartó para apresurarse a tomar su celular y marcó rápidamente el número de Arkadei.

Esperó con la vista fija en el cristal de la ventana. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo y tampoco sabía cuánto tiempo iba a durar resistiendo así.

No supo qué decir. No tuvo tiempo de pensar.

Quiso preguntarle algunas cosas antes de comunicarlo con Dión pero no podía hacerlo, él lo escucharía y si se salía sería aún más sospechoso.

Se negaba a pasarle la llamada porque sabía que de lo que hablaran, nada llegaría a ella. Quedaría fuera.

Pero tampoco podía hacer nada más que obedecer. Si no lo hacía las cosas empeorarían.

Se acercó a la cama y le dio su celular a Dión.

—Entre otras habilidades…— dijo imitando su gesto pero en realidad no sabía si sentirse preocupada, temerosa o furiosa.

La conversación fue demasiado bien, demasiado calmada, demasiado corta, demasiado perfecta… Estaba confundida.

—Dado que no parece que se necesite de mi ayuda, regresaré al laboratorio—dijo Gherard y hasta entonces lo volteó a ver. —En la cómoda están los concentrados que seleccionó Sigrid, úsalos como creas mejor, cada dosis doble dura ocho horas— terminó de decir antes de caminar hacia la puerta. —Intenta no moverte mucho por el momento, dale tiempo a tu cuerpo de terminar de reparar los daños— dijo a Dion.

Gherard se fue y sin tener que prestar mucha atención pudo darse cuenta de que se había molestado. Raras veces le había tocado ver que perdiera su acostumbrada tranquilidad y buena actitud pero no podía importarle menos.

Se acercó a Dión y colocó su mano sobre su pecho, no intentó hacer que la mirara pero se quedó a su lado.

—Sí pero antes… ¿Me dejas revisar tus heridas?— pidió centrándose solo en él y en su condición, después podría dejar que sus pensamientos y energía se dirigieran hacia otro lado.

Siguió su mirada hacia la ventana y se preguntó si debía cubrirla. Desde que despertó no había hecho nada más que mirarla como un riesgo, como si en ella fuera a aparecer aquella criatura que los atacó en sus sueños.

Por un lado no lo hacía porque eso alimentaría esa creencia pero ahora deseaba hacerlo porque parecía que ahora la usaba como una especie de escape.

Su mano se deslizó de su pecho a su mejilla y ella inclinó un poco el rostro buscando sus ojos.

—Dión… ¿podrías mirarme?— dijo más en solicitud que como pregunta.

—En tus sueños, ¿qué era lo que yo hacía?— preguntó mientras le acariciaba la mejilla y le sonreía ligeramente. —¿Cómo era yo en tus sueños? ¿Qué te dije? ¿Qué hice? ¿Puedes recordarlo?— preguntó bajando su mano de vuelta a su pecho.

Había querido preguntarle sobre lo que habían hablado él y Arkadei, y también sobre lo que quería hacer ahora pero no pudo hacerlo, no ahora, no cuando estaba así de vulnerable y afectado.

—No era solo un sueño…— suspiró y agachó la mirada algunos segundos. —A mi me importa… Pareciera que de alguna forma preferirías a esa Ireza…

Dirigió sus ojos ahora al gabinete junto a la cómoda, dentro se veían los recipientes de metal y los frascos con lo más básico para curaciones.

Se alejó de él para ir por la bandeja de gasas, vendas, cinta, torundas y el extracto de sábila. Regresó y colocó la bandeja en la mesita con ruedas y la acercó a ella y a la camilla.

—Revisaré primero la herida del torso— le avisó antes de llevar sus manos a la orilla de su bata para empezar a abrirla.

Había esperado una respuesta por mínima que fuera pero no la hubo.

No podía culparlo, lo que menos estaría pensando en esos momentos es en prestar atención y responderle cosas a una desconocida.

Negó con la cabeza mientras desprendía con cuidado la cinta que mantenía fija la delgada capa de gasas sobre la herida.

—Hasta la fecha no se ha podido encontrar la forma de dejar de ser un auror— dijo levantando ahora las gasas empapadas en gel de sábila. —Lo que sabemos es que mientras más se rechace el factor… más problemas da…

Quitó las gasas y vio que la herida no había sufrido daños aparentes pero para asegurarse la palpó ligeramente con sus dedos sintiendo que por dentro el tejido no se hubiera desprendido de los hilos orgánicos que lo unían.

No volvió a poner las gasas, ya no eran necesarias.

—No se abrió— le informó. —Revisaré las de las muñecas ahora— cerró la bata con cuidado y llevó sus manos a una de sus manos, la giró para que el dorso quedara hacia arriba y empezó a quitar el vendaje.

Mientras revisaba su muñeca pudo ver que la fachada de aparente tranquilidad e indiferencia que deseaba mantener, se derrumbó.

Se sintió mal por haberlo orillado a eso. Seguramente había intentado aguantar hasta que se quedara solo, tal vez por eso deseaba tomar una ducha y ella, en cambio, lo retuvo.

Como en la herida del torso, la de la muñeca ya estaba cerrada aunque aún rosada por ser reciente pero no corría riesgos de que la lesión se abriera. La otra debía estar igual por lo que no se apuró por revisarla.

Deseaba hacer algo más antes de continuar.

Se sentó en la camilla pero esta vez más cerca de él, pegó su cadera a la de él y con cuidado movió el brazo que sostenía para pasarlo por el frente de ella y apoyarlo en su regazo, su mano podría sujetarla de la cadera si lo deseaba.

Subió su mano a su pecho y de ahí la deslizó hasta su cuello y luego rosó su quijada con cariño queriendo que la dejara verlo pero no lo obligó.

Con cuidado de no presionar la herida en su torso, se inclinó hacia él y se recostó sobre su pecho donde descansó la cabeza, ambas manos se apoyaron en sus hombros dado que la posición no la dejaba abrazarlo pero una se sujetó por detrás del brazo que usaba para cubrirse como si así pudiera hacerle entender que podía dejar de hacerlo para abrazarla.

No dijo nada, no habló, no sentía que fuera oportuno y de todas formas no sabía qué hacer. Lo único que podía intentar era dejar que se desahogara, acompañarlo y hacerle saber que estaba ahí para él.

—Es una suerte que no sea esa Ireza— le dijo con voz suave, como en un arrullo.

Le sonreía con suavidad mientras sus ojos se posaban sobre los de él dedicándole una mirada brillante, cristalina, como si hubiera llorado pero en ellos las lágrimas no era visibles, eran un reflejo de las que él derramaba.

No pudo evitar y no quiso bloquearse para que las emociones de Dion no le afectaran. Le dolía verlo así y no sabía qué más hacer más que estar para él, intentar que compartiera algo de su carga con ella y ser un apoyo que usara tanto para poder desahogarse libremente como para retomar fuerzas.

Subió una de sus manos a su mejilla y la acarició suavemente, entonces sus dedos hicieron lo mismo con algunos mechones de su cabello que reacomodó para despejar su frente.

—Dame una oportunidad para que sea ésta Ireza que vez la que te acompañe aquí y en tus sueños— pidió sin cambiar su tono ni la forma de mirarlo.

Se inclinó para besar su frente y luego su mejilla recogiendo con sus labios una lágrima que lamió antes de enderezarse y apoyar su frente en la de él cerrando los ojos después de suspirara suave y lentamente para aspirar enseguida su aroma.

—Te gusta mucho repetir esas palabras…— dijo sin abrir los ojos. —Una y otra vez… "No me conoces", "No sabes quién soy", "Somos desconocidos"— repitió lo que él en tantas ocasiones le dijo. —Casi parece un mantra…

Y él tenía razón, en todo. ¿Qué debía hacer entonces? ¿Apartarse? ¿Alejarse?

—No es la primera vez que te pido que me dejes estar a tu lado… Y me lo sigues negando…

Sabía a qué se estaba arriesgando al continuar. Era consciente de que era un salto al vacío ahora que podía ver en él, mucho del daño que había sufrido, muchos de los traumas que lo ataban.

—¿Es tan malo? ¿De verdad es tan malo?— se separó un poco de él pero siguió sin abrir los ojos. —Supongo… que no soy distinta, ¿verdad?— abrió los ojos y buscó su mirada pero ésta la mantenía esquiva. —Como tantas otras… No soy la primera que te lo ha pedido…

¿Cómo superar una barrera que ni siquiera sabía dónde empezaba ni dónde terminaba?

¿Cómo mostrarse diferente si en realidad no tenía nada que le hiciera pensar lo contrario?

Nada, no había ni siquiera un clavo ardiente del cual tener la oportunidad de sujetarse…

¿Qué tan patética debía verse? Tenía mucha curiosidad. ¿Se podría burlar de ella misma por el resto de su vida? Probablemente sí.

Puertas cerradas. Siempre encontraba puertas cerradas. ¿Qué sentido tenía estar ahí golpeándola una y otra vez?

¿Qué podía decir en su defensa? ¿Qué podía usar como justificación?

—Conozco al Dión que se presentó ante mi como un niño al que intenté ayudar pero al final, él me ayudó a mi y me guió a un Dión mayor que intentó por todos los medios alejarme del camino que él quería recorrer solo para después tolerarme y charlar conmigo por un momento sin ninguna máscara… Conozco al Dión que teme lastimarme, al que me protegió… Ese es el Dión que conozco…

—Eso es diferente, antes no me habías tratado como tonta de esta forma— dijo enderezándose. —Pero supongo que tienes razón, debo verme como una torpe chica desesperada por que su cantante favorito le preste atención.

Se encogió de hombros. Si pasaba no se quejaría. Se lo buscó después de todo.

—Es bueno saber en qué concepto me tienes— se levantó de la cama para rodearla y sentarse del otro lado. —Debería sentirme avergonzada, quizás enojarme pero, ¿cómo podría hacerlo si eso precisamente es lo que te he estado mostrando desde el inicio? Sería nada convincente, ¿no?

Tomó su mano que no había revisado y teniendo el mismo cuidado que antes empezó a quitar el vendaje.

Se sentía frustrada. Como antes, sus palabras parecían rebotar fácilmente contra una pared que no era inmóvil, se defendía.

Se defendía como lo haría un animal herido y acorralado…

Se había buscado ese trato, se ganó que la tratara así. Después de todo él tenía razón.

No había actuado diferente a como actuaría cualquier otra. Se sintió tan patética al creer que lo hacía diferente, que ella no era como las demás.

Que idiota. Pero no le sorprendía, así es. Siempre ha sido así.

Terminó de quitar el vendaje y observó con atención la herida, igual que la de la otra muñeca, no había sufrido complicaciones. Tocó con sus yemas y con cuidado, todo el largo de la herida y revisó la profundidad. No había peligro de que se abrieran pero mientras lo hacía… No pudo evitar pensar en si era la primera vez que lo intentaba… Dado el daño no podía ver si había marcas de intentos anteriores.

Aunque le dolía, no le sorprendió que tuviera un pasado tan tormentoso ni que su vida fuera así de complicada. Casi parecía que para ser artista, una estrella, se necesitaba cubrir todo eso como requisito para brillar…

¿Qué pretendía ella al asegurarle tantas cosas? Ella misma no tenía una vida, no podía consigo misma, ¿cómo se atrevía a querer ayudar a alguien más?

Él no quería su ayuda, cada paso que daba se convertía en una razón más para cerrarse y no dejarla entrar. Ya la había rechazado muchas veces. ¿Qué estaba esperando?

Bajó su mano y la dejó sobre la camilla. Se inclinó hacia él para revisar la herida de su cabeza. Gracias al tejido y la gran irrigación sanguínea, esa herida se había cerrado más rápido pero aún estaría doliendo bastante. Metió sus dedos en su cabello y levantó los mechones para poder verla. También estaba bien, la palpó ligeramente para asegurarse de que no se hubiera llenado de agua debajo del tejido cerrado.

Suspiró aliviada.

Se levantó de la camilla y fue hacia la salita de espera. Regresó con los frascos que había llevado Gherard.

Se acercó a la barrita al lado del pequeño frigo y de él sacó una botella de agua helada. Tomó dos vasos de acrílico cristalino y les llenó la tercera parte de agua.

Abrió el frasco cristalino y lo olfateó, bebió un poco para probarlo. Era viscoso y sabía a miel. Era la sábila y miel que habían usado en las heridas de Dion. Con una cuchara midió dos porciones grandes y las disolvió en uno de los vasos.

Del otro frasco, uno ámbar, también lo olfateó y bebió un poco. Olía bien, como un perfume en el que identificó sauco y diente de león pero era seguro que contenía más plantas menos aromáticas. El sabor era amargo así que tomó el vaso y regresó a la salita de donde obtuvo agua caliente de una cafetera. En el vaso vertió la mitad del frasco y le añadió una cucharada de miel que obtuvo también de la mesa del café de la salita. Revolvió y lo probó tanto en dulzor como en temperatura. Estaba caliente pero no quemaba.

Tomó el otro vaso y se acercó a la mesita con ruedas, en ella dejó el vaso con contenido frío.

—Este concentrado ayudará a que el dolor pase más rápido, en cinco minutos deberías empezar a sentirte más ligero y menos adolorido— le ayudó a sostener el vaso con contenido caliente.

No dejó de observarlo en ningún momento pero por segundos se quedó pensando en su pregunta.

—Quizás no creas mucho lo que responda a eso por ser su hermana pero sí, es muy bueno, es un estratega en todo el sentido de la palabra— respondió sonriendo y con tono orgulloso. —Pero no es debido a su poder, su factor despertó después de que construyó su bufete.

Volvió a sentarse en la orilla de la cama y se inclinó un poco y alargó la mano para recoger sus lágrimas de sus mejillas.

—Bebe antes de que se enfríe, surte efecto más rápido si no pierde su temperatura— le pidió colocando ambas manos en las de él para ayudarle. —No sabe mal, no te preocupes— dijo con tono tranquilo.