11. Dión: Sueño Interrumpido.

—¿Te está maltratando?— preguntó en tono asustado. —¿Está siendo mala contigo, bonita? No, no, déjala, ven aquí, yo te doy de comer lo que quieras— dijo ahora añadiendo un tono de alarma que se le mezclaba con risa.

—¡Qué abusiva!— le siguió el juego. —¡Enseguida iré a rescatarte, no te preocupes! Ya verá esa malvada secuestradora de inocentes niñas bonitas cuando la atrape— dijo en tono decidido y de juguetona amenaza.

Pensó en la idea pero negó con la cabeza. Los postres no eran el punto débil de Ireza. Rio e iba a responder pero una voz fuerte y diferente sonó por el auricular.

—¡Sigrid! ¡Sladya se robó un pastel de la cocina y lo tiró luego de probarlo porque no le gustó!— escuchó la voz de Ireza gritar desde el otro lado de la línea.

—¡¿Qué?!— dijo exclamando su sorpresa aunque sabía que no era verdad. Ya se había dado cuenta de que Ireza se había llevado uno de los pasteles que hizo ayer.

—¡Y dice que las comidas de los restaurantes saben mejor que las que haces, Sigrid!— escuchó a Ireza pero ahora más alejada.

—¡Sladya!— fingió un tono de asombro e indignación que casi no logra por estar riendo.

Controló su risa y tomó aire para tranquilizarse.

—¿A las doce? Claro, no te preocupes, iré a despertarlo— aseguró. —¿Ireza y tu vendrán a cenar?— preguntó.

Suspiró y asintió.

—Pero adelántate tú, quiero terminar de hacer algo que dejé pendiente— pidió.

—No hay muchas cosas para cocinar fuera de botanas y crepas. Si quieres cenar bien es mejor que vayamos con Sigrid— explicó sonriendo.

—¡Muy bien!— dijo animada contenta. —¿Qué quieres cenar? Haré lo que se te antoje, bonita— dijo ya lista para organizarse para cocinar.

—Claro que sí, bonita, para eso estoy, para consentirlos— dijo riendo. —¿Qué ingredientes quieres que lleve?

—Para la comida sí que tienes olfato de sabueso— dijo riendo. —¡Te llegan los olores a kilómetros de distancia!

—Bueno, denme una hora para preparar todo— dijo riendo. —Prepararé variedad— aseguró. —Mientras tanto no coman nada, luego no van a comer lo que les prepare— dijo en advertencia pero sin dejar de reír.

—Tu te comiste ya medio pastel, te vas a meter en problemas con Sigrid— dijo fingiendo un tono lúgubre pero con sonrisa malvada.

—Sigrid puede empaquetarte comida ya preparada para que te lleves. Sólo dile qué es lo que se te antoja comer y ella se encargará del resto— dijo riendo. —¿Te veré en una hora entonces?— preguntó para confirmar.

—¡Eres una abusiva! ¡Sigrid ya lo sabe así que no te preocupes por eso!— dijo gritando para que la escuchara y también lo dijo riendo.

Al regresar al cobertizo pudo ver pasar a Al Niyat unos metros más adelante en dirección a la parte trasera. El cielo estaba despejado y no tan húmedo como en otras ocasiones, seguramente se iría a dormir ya a ese rellano que se había hecho con pastura, heno y alfalfa bajo las ramas tupidas de los árboles al costado del cobertizo.

Al entrar se dirigió hasta la ventana de la cocina y corrió la cortina para ver que, efectivamente, Al Niyat se había echado en su lugar favorito para dormir.

A veces le daba lástima que no pudiera llevarse bien con Amadís, esa era la razón de que no quisiera pasar demasiado tiempo en las caballerizas a menos que fuera necesario como en época de frío y lluvias.

Debería estar con los demás caballos pero Al Niyat nunca tuvo la oportunidad de convivir con otros caballos. Privado desde que nació del contacto con sus semejantes, vivió aislado. Las únicas ocasiones en las que se le sacaba de donde pasó los primeros años de su vida, era para exhibiciones de belleza, adiestramiento y para ser usado como semental. Luego de eso regresaba al establo donde sólo vivía él.

Era por ello que no sabía socializar con otros. Para él solo existen caballos que siguen y caballos que lideran. Amadís era el líder indiscutible, y sobre todo, el más capaz y equilibrado para dirigirlos y protegerlos. Al Niyat era solo ese macho marginal que ronda el área por no tener a dónde más ir.

Suspiró pero sonrió al ver que el gran caballo ceniza empezó a cabecear y segundos después descansó la cabeza en una paca y se quedó dormido.

Subió al dormitorio. Había estado rondando en su mente la idea de hacer algo para Dion, un obsequio dada la oportunidad que ahora tenía de poder llegar a él. Y durante los tres días que estuvo al pendiente de él, se la pasó meditando sobre si sería buna idea hacerlo o no dadas las circunstancias, y luego del problema que hubo entre los dos, había visto que hacerlo sólo la dejaría como una fan más que hacía regalos a su ídolo. Cuántas no había ya que hicieron lo mismo para Dion.

Sin embargo la idea no la abandonó y se rindió. No tenía caso ya cuidar lo que hiciera o dijera, de todas formas ya estaba dentro de la clasificación en la que hubiera preferido no caer. Ya no importaba, había sido puesta en el lugar que le correspondía. Hacerlo lo que quería no empeoraría las cosas más de lo que ya estaban.

De una vitrina, muy similar a las usadas en las joyerías, sacó un collar de oro ornamentado con ramas de laurel. Lo había comprado para sí misma cuando se convirtió en investigadora académica de las universidades para las que ahora trabajaba. Sin embargo nunca lo usó. No solía usar accesorios fuera de aretes, y cosas tan ostentosas sólo las usaría en ocasiones especiales, ocasiones que no habían llegado aún.

Cerró la vitrina y de un cajón donde guardaba las cosas que usaba para hacer los lazos y adornos para los caballos, sacó un cordel de cuero café, dos perlas doradas, unas tijeras y unas pinzas. Puso todas las cosas en el escritorio y regresó a la vitrina, debajo, en un cajón, tenía guardadas cajas de obsequios que le fueron dadas cada que compraba en alguna joyería. Pero ninguna tenía el tamaño que quería.

En ese momento su celular sonó. Esperaba que fuera Sladya pero en su lugar era Sigrid la que le marcaba para avisarle que, por falta de algunos ingredientes, la cena tardará más de lo esperado. Le informó también que su hermana se había ido a dormir hasta que la cena estuviera lista.

Después de quedar con Sigrid que la llamara cuando todo estuviera listo, regresó a lo que hacía.

A falta de caja, tuvo que optar por confeccionar un pequeño saquito de terciopelo negro, tela que obtuvo del sweater que usó para detener el sangrado de la última herida que le infringieron a Al Niyat el día que lo rescató, mismo sweater que el corcel robó tiempo después para llamar su atención para que jugara con él.

Si bien lo que quería hacer era un obsequio simbólico, una especie de talismán, era consciente de que jamás se sabría qué significaba ni de qué estaba hecho. Pero era algo que quería hacer y se sentía bien haciéndolo. Ella lo sabría y con eso estaba conforme.

Terminado el pequeño saco; tomó las pinzas y separó una de las ramas de laurel del collar, dejó las argollas en cada extremo de las cuales ató el cordel de cuerpo, hizo el nudo corredizo y ató en los extremos las perlas doradas para evitar que se deshiciera o se abriera demasiado. Curvó la hoja para darle la forma de media luna para finalizar.

Probó que los nudos fueran fuertes, abrieran lo suficiente y no se deshicieran. Se probó el brazalete para asegurar que diera la forma deseada y, satisfecha, lo guardó en el saquito que posteriormente se guardó en el bolsillo de su pantalón.

Era algo bastante artesanal, algo hecho de cosas que tenían significado solo para ella. Era algo bastante simple pero era lo único que podía hacer con las cosas que tenía a mano.

Lo entregaría cuando tuviera la oportunidad… Si es que volvía a tenerla...

Sus orejas se movieron hacia el lugar de donde provenían las pisadas incluso antes de que terminara de despertarse.

Estaba habituado a escuchar los movimientos de animales trasladándose de un lugar a otro, incluso a los pasos de su compañera humana que llegaba o salía a la hora que fuera, pero éstos eran distintos.

Se puso de pie y fue a ver quién se acercaba. Las pisadas no le parecían familiares así que se puso alerta. Caminó tranquilo pero con seguridad y rodeó el cobertizo para salir al encuentro del visitante inesperado.

Pero antes de verlo, el viento trajo a su nariz el olor de su sangre y eso lo puso tenso. Sus ojos pudieron divisarlo entre las sombras segundos después.

Era un hombre, uno que no solo olía a sangre sino que emitía un aura que no le gustó. Resopló sin acercarse, era precavido, no sabía qué era capaz de hacer ni cómo reaccionaría y por eso lo estaba midiendo.

Sus orejas, enfocadas en el extraño, se movieron hacia todos lados buscando más intrusos. Al no dar con nadie más, agachó la cabeza en signo de desconfianza y al mismo tiempo de advertencia.

Rascó el suelo con una de sus patas y resopló exigiendo que se retirara. Sin embargo no avanzó, no quería que buscara refugio en el cobertizo.

Relinchó al tiempo que se elevaba sobre las patas traseras, golpeó el suelo con las delanteras dejándose caer con todo su peso y repitió el movimiento.

A lo lejos escuchó un segundo relincho y el sonido de los cascos corriendo a toda velocidad en esa dirección. Pero su objetivo no cambió.

Furioso siguió relinchando. No se había equivocado al ver a ese extraño como la amenaza que era. No era diferente a todos los que alzaron objetos para lastimarlo y lo forzaron a obedecer.

Sacudió la cabeza y avanzó un par de pasos hacia el intruso pero el sonido de un portazo le obligó a girar las orejas hacia atrás.

—¡¿Qué tienes?!— escuchó la voz de su compañera y volteó a verla por algunos segundos antes de regresar la vista al intruso y hacer una cabriola. —¡Ya basta!— ordenó su compañera caminando hacia él.

Sintió sus manos apoyarse en su cuello y lo comenzó a empujar. Él giró hacia el lado que ella lo empujaba pero volvió a su posición anterior y avanzó dos pasos más antes de que ella se interpusiera y lo detuviera.

—Dion, suelta esa rama— dijo su compañera. —Eso lo está provocando, suéltala— volvió a decir.

Aunque ya no había nada en sus manos, no se tranquilizó.

Al Niyat no iba a detenerse y eso le asustaba, no podría contra él. Y tampoco podía demostrar que estaba asustada, solo alimentaría más ese estado tan alterado.

—No te muevas, Dion, mira hacia un lado y baja los brazos, no hagas ningún ruido— le pidió mientras seguía bloqueando al caballo. —En pocos segundos aparecerá otro caballo por aquél camino— le señaló con el índice el camino al costado del cobertizo. —Cuando éste lo voltee a ver, corre hacia la puerta, no te seguirá— le dijo con voz fuerte pero calma sin dejar de ver a Al Niyat.

Unos metros más allá, sobre el camino, se veía la silueta de Amadís corriendo a toda velocidad. Su carrera se sentía en el suelo y en ese momento las orejas de Al Niyat se enfocaron hacia ese lugar.

Amadís no se detuvo, Al Niyat volteó a verlo girando su cuerpo hacia él. Ella, sabiendo lo que pasaría, corrió hacia Dion, lo tomó de la mano y lo jaló hacia ella para dirigirse al interior del cobertizo. Segundos antes de empezar a correr, Amadís impactó su cuerpo contra Al Niyat y lo sacó del lugar abriendo paso para que ellos pudieran llegar al cobertizo.

Hizo entrar a Dion y cerró la puerta detrás de ellos. Lo llevó al sofá y lo hizo sentarse.

—¿Estás bien? ¿Estás herido?— preguntó apurada y preocupada revisándolo con la mirada y palpando su cuerpo con las manos intentando dar con algún lugar lastimado.

Afuera se escuchaban los relinchos y bufidos de ambos caballos así como los pisotones en el suelo.

Ver el estado tan alterado de Dion le hizo pensar en que algo más pasaba. No era el típico miedo de alguien que se asustó con una situación así. Iba más allá, era pánico…

¿Por qué decía que lo sentía?

—Dion, Dion, escúchame— le pidió sentándose a su lado sin retirar las manos de donde él las había colocado y sujetado con fuerza. —Estás bien, estás a salvo, aquí estoy, nada te pasará, todo está bien— dijo con voz clara pero con tono tranquilizador. —Puedes tranquilizarte, Dion, mírame, no pasa nada— repitió.

Acto reflejo sus brazos se aferraron a él aceptándolo. Recargó la mejilla en su cabeza y hundió los dedos de su mano en su cabello en un intento por distraerlo y tranquilizarlo.

—Está bien, Dion— dijo con tono calmado contra su oreja. —No es tu culpa, nosotros debimos haberte advertido sobre esta área, soy yo la que debe disculparse— se recargó en el descansabrazos para que Dion pudiera acomodarse mejor en ella. —Tranquilo, ya pasó— afuera ya solo podían escucharse los relinchos a gran distancia. —Ya está bien todo, no pasa nada— siguió hablando con el fin de que solo la escuchara a ella.

—Tuviste fuertes y muy válidas razones para no permitirme estar cerca de ti— dijo suspirando aliviada por dos razones: por verlo y sentirlo más tranquilo, y por tener la oportunidad de verlo y hablar con él cuando había creído que no volvería a pasar. —Estabas en tu derecho. Yo me forcé en ti y prácticamente intenté obligarte a que te quedaras, no debí hacerlo. La responsabilidad de todo lo que pasó es mía así que para nada es culpa tuya— dijo suspirando una segunda vez.

Aunque estaba mucho menos tenso que hacía minutos, sabía que de detenerse la ola de pánico regresaría así que no hizo amago de querer levantarse, siguió acariciando su cabello mientras su mano libre lo acogía contra ella.

—Es normal que en una pelea entre ellos salgan heridos pero no de gravedad— y era la verdad pero entre Amadís y Al Niyat… Nunca estaba segura de nada. —Después iré a revisarlos— dijo con tono calmo. —Siento que quedaras en medio de eso, casi todos los caballos que tenemos son tranquilos y para nada agresivos, todos son sociables y saben comportarse… casi todos…— admitió con pena.

Lo miró con duda. Había dicho "los caballos que tenemos", así que se podría suponer que son muchos los dueños. Pudo haber supuesto que ambos caballos eran de ella o ninguno así que le dio curiosidad el que hubiera acertado con su pregunta.

—¿Por qué lo dices?— preguntó con interés.

—Su nombre es Al Niyat— dijo bajando la mano de su cabello para permitirle que pudiera voltear con más libertad. —Se puede decir que sí, es mío, es el único que tiene problemas de comportamiento y para relacionarse. No he logrado hacer que se controle como lo hacen los demás así que no es tu culpa lo que pasó— explicó. —Es más como un perro guardián mal adiestrado que caballo— dijo riendo ligeramente pero aún apenada.