10. Kyoga: Reclutamiento.

—¿Has padecido alguna enfermedad crónica o grave? —pregunta sonriéndote.

Kaname anotó la respuesta y después continuó haciéndote muchas más preguntas acerca de tus hábitos alimenticios, de ejercicio y diarios. Preguntó algunas cosas básicas de tu vida, muchas otras cosas acerca de tus habilidades áuricas y lo que habías hecho con ellas.

Llevó aproximadamente una hora más en el cuestionamiento y en ese lapso Yuki te llevó unos tallarines comprados en algún expendió de comida rápida. Además Yuki llevó una prenda blanca doblada y la dejó en la cama, luego se marchó dándote las buenas noches pero te explicó que regresaría mañana.

Kaname miró la hora, eran ya las 22:15 horas.

—¿Tienes sueño, Kyoga? —preguntó Kaname poniéndose de pie—. Es hora de dormir —te señaló la ropa que había llevado Yuki, era una bata blanca de un material que no reconocerías—. Usarás esto para dormir que como el resto de cosas en esta habitación, no es inflamable por lo que estarás más seguro. ¿Bien?

La doctora te sonrió un poco sorprendida de que la abrazaras.

--Debes quitarte toda la ropa, incluso la interior y solo llevar esa bata. No queremos que sufras algún daño, ¿verdad?

—Creo que quieres que me marche, ¿verdad? —dijo la doctora mientras retomaba su libreta y la colocaba sobre el carrito junto a los utensilios y platos que Kyoga ya había utilizado. Arrastró el carrito hacia la entrada que hizo sus típicos ruidos antes de que ella pudiera abrir la puerta para salir por ella y cerrarla detrás.

La doctora Kaname entró a la habitación arrastrando un nuevo carrito de aluminio, esta vez llevaba encima una jarra de agua y un vaso de cristal. Te deseó buenas noches y después de que abandonara la habitación, las luces se apagaron completamente.

Dormiste toda la noche sin despertar. A la mañana siguiente Yuki te llevó un desayuno sin carne, cereal, leche y jugo de frutas. Te llevó una nueva bata para que te cambiaras la que llevabas puesta.

—Puedes salir a andar en bicicleta si quieres —te dijo después de cambiar las sábanas de tu cama.

—Son las nueve de la mañana —dijo sin consultar la hora en ningún reloj. Debajo del carrito extrajo ropa doblada, del mismo material extraño que la bata que llevas pero esto eran una camiseta de manga corta y un pantalón al que se le ataban unos cordeles de frente para poder sostenerse de la cintura ya que no tenían resortes. También te dio una clase de zapatos del mismo material extraño solo que se asemejaban más unos zapatos de ballet, todo de color blanco. No venía ropa interior incluida—. Puedes ponerte esto para el día. Será más cómodo para que andes en bicicleta.

—¿Listo? Vamos —te dijo y entonces se dirigió a la puerta esperando que la siguieras. Cuando salieron de la habitación pudiste notar que afuera había un pasillo estrecho y blanco que llevaba a dos direcciones. Por la derecha a una puerta similar a la que poseía tu habitación. Por la izquierda a una puerta de acero con una pequeña ventanilla. A esta última se dirigió Yuki. En el muro contrario del pasillo a donde está la puerta de tu habitación, puedes ver un largo espejo que atraviesa del centro hacia arriba por todo el largo del pasillo.

Una vez que llegan a la puerta con la ventanilla, se escucha la misma alarma y clic tan típicas en la de tu habitación. Después de ambos sonidos, Yuki sale a un patio amplio pero de apariencia triste. Los muros son altísimos, blancos y con reflectores en lo más alto. El área está techada con paneles blancos que dejan que la luz del sol pase por ellos. No hay áreas verdes sino únicamente un piso de cemento. Cerca de uno de los muros hay una canasta de basquetbol y en otra área hay una pequeña cancha de fútbol. Sin embargo todo da la sensación de soledad y aislamiento del mundo exterior.

—Aquí tienes la bicicleta —te dijo Yuki señalándote a una de las paredes donde se encontraba recargada la bicicleta, sin embargo puedes notar que su voz ha sonado con eco.

Te permitieron andar en bicicleta hasta que decidiste descansar. Luego te llevaron de regreso a tu habitación donde ahora hay una mesa y dos sillas de aluminio. Permaneciste solo por una hora hasta que te anunciaron que tu madre había ido a visitarte y la hicieron pasar a tu habitación.

Objetivo:

Kaname entró a tu habitación para llevar a tu madre fuera de las instalaciones e inmediatamente después entró Yuki a visitarte.

—Estamos colocando una pantalla de televisión del otro lado del espejo para que tengas algo con qué entretenerte —te dijo con una sonrisa—. ¿Qué programación es la que te gustaría mirar?

Yuki sonrió al notar su duda.

—¿Prefieres hacer otras cosas como jugar al yoyo? —te dijo sacando del bolsillo de su bata el yoyo que había encontrado debajo de tu almohada y te lo dio.

La mujer asintió.

—Sí, puedes quedarte con él… —dijo sonriendo mientras te miraba jugar con el yoyo pero entonces, a causa de los movimientos con tu mano, una llama se prende en ella provocando que el hilo de tu yoyo se encienda también y acabe por romperse. Yuki retrocede asustada de ver como la misma llama cae sobre el piso pero se apaga al no tener qué más incendiar.

—No te preocupes —dijo Yuki mirando tus manos—. Sabemos que estas cosas pueden pasarte, menos mal en estas instalaciones estás seguro.

De pronto el espejo de la habitación dejó de ser tal cosa y detrás de él la luz se encendió dejándote ver una habitación no muy grande y sin ningún mueble salvo una mesa y unas sillas. Ahí había tres hombres con unas batas similares a las de Kaname y Yuki.

—Hola, Kyoga, soy el doctor Kogura —se presentó uno de rostro arrugado—. Estamos aquí para ayudarte y acabamos de ver lo que pasó. ¿Te sientes bien?

—Se puede arreglar con un hilo nuevo —trató de consolarte Yuki al notar tu expresión de tristeza por el juguete.

—Te conseguiremos un nuevo yoyo —dijo el doctor Kogura—. Pero antes necesitamos hacer una prueba. —Al escuchar eso, Yuki se alejó de ti lo más que pudo—. Kyoga, ¿puedes agitar tus manos con fuerza varias veces?

Como nada sucedió cuando agitaste las manos, el doctor Kogura dijo:

—Puedes dejar de mover la manos, Kyoga —uno de sus colegas al lado de él hizo unas anotaciones. Kogura se cruzó de brazos—. Kyoga, en estos días estaremos realizando una serie de investigaciones que tienen que ver con el factor áureo, esperamos que nos ayudes en lo que puedas.

—Me alegro de escuchar eso —te dijo el doctor Kogura mientras asentía. Yuki sonrió ante tu decisión de ayudarlos a experimentar.

Ese mismo día te pidieron que realizaras más movimientos con tus manos, esta vez distintos y las llamas volvieron a aparecer sin causar ningún daño a nadie.

Los días siguientes tu madre fue a visitarte algunos días y los experimentos que deseaban a realizar contigo empezaron. Te pidieron más muestras de sangre pero además te hicieron muchos tests que parecerían extraños: te conectaron muchas veces a maquinas con cables pegados a tu cuerpo, te dieron medicamentos extraños en pastillas e inyecciones. Durante la noche jamás despertabas debido a los medicamentos. También ahora sentiste más sueño y seguramente tampoco te sientes con energía para andar en bicicleta.

El escenario que te rodeaba no cambiaba mucho, siempre te trasladaban por salas que parecían inertes, frías y deprimentes aunque trataron de modificar tu habitación para que pareciera más animada. En cuanto a la comida, siempre se preocuparon por llevarte del tipo que más te gustaba, de hecho, se notaba que se esforzaban en mantenerte contento pero seguramente el encierro en ese lugar empezó a afectarte.

Objetivo:

Un día de los varios que ya estuviste encerrado no fue igual. No saliste a andar en bicicleta ni te dieron medicamentos. En cambio te dieron un buen desayuno, el mejor que te habían dado hasta ese entonces.

Luego de que lo terminaras, Kaname llegó a visitarte.

—Kyoga, necesito hablar contigo —te dijo sentándose en tu cama.

—Bueno… —empezó a decir la doctora Kaname—, tan solo quería asegurarme de que sabes que todo esto lo hacemos por tu bien. Que si estás aquí es porque solo así podemos evitar que hagas daño a otros y que con las investigaciones que hacemos, intentamos ayudar a otros que son como tú… —hizo una pausa y te puso una mano en el hombro—. Tú estás de acuerdo con esto, ¿verdad?

—De muchas maneras, Kyoga —te dijo con amabilidad Kaname—, queremos encontrar una medicina que cure a las personas como tú. Para eso necesitamos esas muestras de sangre que te tomamos. Imagina que te pudiéramos dar unas simples pastillas, y tomándote una todos los días, pudieras asegurarte de que no volverás a prender fuego a nada.

—Desgraciadamente no hay otra forma de curarte, Kyoga… —te dice con tono de tristeza—. Pero con tu ayuda y si nos das tiempo, seguramente encontraremos la cura y regresarás a casa sabiendo que todo tu esfuerzo valió para algo bueno.

La doctora Kaname pareció un poco indecisa antes de hablar.

—Pues ahora vamos a iniciar una nueva serie de pruebas —hizo una señal al espejo y la puerta hizo sus típicos sonidos antes de que Yuki ingresara por ella llevando su acostumbrado carrito de aluminio. Sobre la bandeja que lleva puedes ver un frasco lleno de algodón, una jeringa y un frasco pequeño con líquido amarillo.

—Hola, Kyoga —te dijo sonriendo.

—Vamos a inyectarte un medicamento que nos ayudará a conocer más de tu factor áureo, ¿está bien? —te dijo Kaname.

Te inyectaron la nueva dosis que resultó ser dolorosa y después de una hora te llevaron, entre el doctor Kogura y Kaname, a un área que era una sala parecida a tu habitación, la diferencia es que dos paredes consistían en vidrios a través de los cuales puedes ver a otros científicos más, todos parecían ocupados en ver pantallas de computadoras o anotar datos.

Dentro de la habitación donde te habían metido había tres personas vestidas como bomberos y con el extremo de varias mangueras de agua. En el centro de la habitación notas una clase de material extraño que parecía un montón de carbón, todo apilado en una especia de piscina que evitaba que el material se derramara.

La doctora Kaname te inyectó un nuevo medicamento y a los minutos empezaste a sentir que tu corazón se aceleraba. Kogura se acercó a ti y pudiste notar que llevaba un encendedor en la mano.

—Hemos visto que el fuego que produces no te causa daño, solo queremos comprobar que el fuego en general no es peligroso para ti —extendió el encendedor hacia ti y lo encendió—. Acerca tu mano a esta llama poco a poco y detente solo si sientes dolor.

Una vez terminada la prueba con el encendedor (tienes que especificar si Kyoga se quema o no con el fuego), Kogura te pide que te acerques al centro del lugar, donde está todo el extraño material apilado.

—¿Puedes extender tus manos hacia el frente y agitarlas? —te pide el doctor sin moverse de su posición.

Después de varios minutos en los que el doctor Kogura te insistió que no te detuvieras, tus manos por fin pudieron crear un par de llamas tan intensas que aunque no fuera tu propósito, han caído sobre el material extraño que poco a poco empezó a arder hasta formar una hoguera no más alta que tu estatura.

—Muy bien, Kyoga —dice Kogura permaneciendo a una distancia segura de tus manos y la hoguera—. ¿Puedes intentar controlar ese fuego?

La hoguera no parece sufrir ningún efecto con el movimiento de tus manos, sin embargo el doctor Kogura deja que sigas intentando. Lo único que logras es que aparezcan más llamas en tus manos.

—¿Sientes algo especial cuando las llamas aparecen? —te pregunta el doctor.

El doctor Kogura asintió con gesto adusto ante tu respuesta.

—Ya puedes dejar de hacer eso —te dice—. Mañana probaremos con otra cosa —le hizo una seña a Kaname.

—Ven, Kyoga, regresemos a tu habitación, debes descansar —te pidió la doctora Kaname dirigiéndote fuera de la sala. Mientras ella te llevaba por los pasillos solitarios de regreso a tu habitación, en la sala donde quedó la hoguera encendida, ésta empieza a ser apagada con el agua que sale de las mangueras de los hombres vestidos como bomberos.

Sin que te lo esperes, empiezas a sentir dolor en tu cuerpo a causa de ello.