10. Kyoga: Reclutamiento.

Kaname te miró consternada. Dudó un momento sin saber si hacer lo que le decías pero entonces la escuchaste correr de regreso a la sala de donde los dos venían.

—¡No apaguen el fuego! —la oíste decir—. Le hace daño, ¡no lo apaguen!

Después de un momento que quizá te parece eterno, dejaste de sentir dolor. Kaname regresó corriendo hasta tu lugar junto con Yuki, Kogura y otras dos personas con batas similares a las de ellos.

—Dijo que se estaba quemando —dijo Kaname arrodillándose a tu lado.

—¿Estás bien? —te pregunta el doctor Kogura.

Kogura y Kaname compartieron una mirada rápida. Kogura se puso de pie y regresó a la sala, Kaname se quedó contigo.

—No, no lo vamos a apagar… —dijo con tono dudoso mientras lanzaba una rápida mirada en dirección a donde había ido Kogura.

—Kyoga —dijo esta vez Yuki—. Voy a quitarte la parte superior de tu ropa, déjame ver si estás bien —tiró hacia arriba de la camisa de tu ropa blanca.

Yuki miró a Kaname antes de asentir.

—Todo está bien —te dijo después de haber comprobado que no tuvieras ninguna señal de haberte quemado.

—Debemos llevarte a descansar… —sugirió Kaname—. Habrá que hacerte un chequeo médico rápido para asegurarnos de que estés bien.

—Te ayudo a levantarte —dijo uno de los doctores que se habían acercado y que, junto con el otro, te sostuvieron con cuidado del torso y los brazos y te pusieron de pie.

Te llevaron hasta tu habitación y te sentaron en la orilla de tu cama mientras Kaname y Yuki te realizaban un rápido examen médico de rutina. Te inyectaron un nuevo medicamento y te dejaron dormir.

Los días siguientes te hicieron pruebas semejantes a las de ese día, te inyectaban un medicamento y luego te obligaban a encender una hoguera para que intentaras manipularla. A veces usaban distintos materiales para crearla o te conectaban a distintos aparatos. A veces las pruebas cambiaban y te metían a toda clase de aparatos que leyeran tus signos vitales o tus ondas cerebrales. Te realizaron muchas más muestras de sangre y te inyectaron tal cantidad de químicos distintos que muchas veces te sentías enfermo.

Ahora parecías más un ratón de laboratorio, en el mismo encierro.

Un día Kaname y Kogura te fueron a ver juntos, notaste que Kaname parecía inquieta y Kogura enfadado.

—Kyoga, hemos hecho muchos avances en las investigaciones y todo gracias a ti —te dijo Kaname—. ¿No estás orgulloso de ayudar tanto?

 
Indecisa Kaname miró al doctor Kogura, entonces él tomó la palabra.

—Aún no estamos seguros de cuando terminarán, probablemente pronto —dijo con voz firme—. Pero cuando acabemos, ayudarás a muchos otros aurores, no solo de Japón sino del resto del mundo, por lo que tú labor aquí es importante, es más importante que lo que Kaname o yo hacemos.

—Aún no —dijo Kaname—. Tu madre vino a verte pero no viene sola… —de pronto se quedó callada sin agregar algo más y miró a Kogura.

—Creemos que viene con personas que no comprenden lo que estamos haciendo aquí —te dijo Kogura muy serio—. Ellos seguramente querrán hacerte creer que lo que estás haciendo aquí es una pérdida de tiempo.

Kaname asintió sonriéndote.

—Nada de lo que hemos hecho aquí ha sido pérdida de tiempo. Todo ayudará en el futuro —miró a Kogura.

—Así es Kyoga —asintió—. Puedes ver a tu madre pero antes de ello —se acercó a ti y te colocó las manos en los hombros—. Quiero que me prometas que defenderás lo que hemos estado haciendo aquí y no te dejarás convencer por lo que ellos digan.

—Así me gusta —dijo Kogura y entones hizo una señal en dirección al espejo. No pasaron más de unos segundos cuando el sonido de la puerta de tu habitación anunció que estaba por ser abierta.

Por ella se asomó primero tu madre que te saludó como solía hacer pero esta vez no venía sola. Te presentó a los dos hombres que la acompañaban: un hombre japonés de aproximadamente cincuenta años, de estatura baja y otro que era claramente occidental, alto, de aproximadamente veinticinco años. Los dos estaban muy bien vestidos.

Tu madre te presentó al hombre de mayor edad como Hiro Ikuta y al otro como Arkadei Vlak. Ambos saludaron de manera formal a Kogura y Kaname.

—Si nos permiten —dijo el extranjero de ojos dorados a los dos doctores—, nos gustaría poder hablar a solas con Kyoga.

Los dos doctores asintieron y salieron de la habitación, no sin antes lanzarte una última mirada.

El extranjero apartó una de las sillas junto a la mesa para que tu madre se sentara en ella y a ti te señaló la que estaba al otro lado de la mesa para invitarte también a tomar asiento. Hiro se sentó al lado de ti y el extranjero lo hizo en la silla al lado de la de tu madre.

El extranjero fue el primero en hablar:

—¿Te gustaría aprender a controlar tu factor áureo? —te preguntó mirándote a los ojos.

Tu madre y los dos hombres se despidieron de ti antes de abandonar tu habitación y no tardó demasiado antes de que Kogura y Kaname fueran de nuevo a visitarte llevando el almuerzo del día que en ese momento contaba con un platillo y postre de tus favoritos.

—Kyoga —dijo Kogura sonando serio—, ¿es verdad que quieres marcharte?

—¿Y qué hay de lo que nos prometiste? —insistió Kogura—. ¿Ya no quieres ayudar al resto de aurores?

—Pero en ese lugar no estarás seguro, Kyoga —dijo el hombre mirándote con enfado—. Ni ellos estarán seguros por tenerte cerca… ¿Quieres que les pase lo mismo que a tu abuelo? ¿Quieres que alguien muera quemado por tu causa…?

La doctora Kaname no se inmutó por la manera en que el Kogura te hablaba, parecía estar de acuerdo con el que su colega te realizara esas preguntas.

Kogura miró a Kaname que en ese momento se acercó a ti para tocarte el hombro.

—No te pongas triste, Kyoga, para que eso no pase debes continuar con nosotros. Ya has visto que aquí no puedes incendiar nada y nosotros estamos a salvo y tú también.

—No, Kyoga, no eres un monstruo, tus habilidades son las peligrosas… —intentó consolarte Kaname.

—Pero tus habilidades pueden no ser un problema mientras permanezcas con nosotros —intervino Kogura—. Nosotros desarrollaremos una cura para ti y después no tendrás por qué tener más miedo… Ni los demás deberán tenerte miedo…

—En eso hemos estado trabajando tan duro, para ayudarte —sonrió Kaname.

—Si te vas perderemos todos los avances que hemos logrado hasta ahora —dijo Kogura sin dejar de sonar serio.

Kaname lanzó una mirada a Kogura y él asintió de mala gana.

—Te dejaremos solo para que comas y reconsideres lo que te hemos dicho… —dijo Kaname y luego se encaminó hacia la puerta de salida detrás de Kogura. Ambos abandonaron la habitación.

Los días pasaron de manera un tanto distinta. Los doctores no perdieron oportunidad de repetirte lo necesario que era el que te quedaras para continuar las investigaciones, del peligro que eres para el resto de personas y que sin el medicamento que ellos debían preparar, jamás ibas a ser capaz de controlar tu factor áureo.

En ese lapso de tiempo tu madre siguió visitándote, cuando lo hacía, te llegó a platicar que Arkadei Vlak, el abogado que te había visitado, estaba peleando en los tribunales para obtener tu libertad, que tuvieras paciencia y que no hicieras caso de las cosas que los doctores ahí te decían pues irse a ese otro sitio sería mucho mejor, para ti y para ella.

A las dos semanas llegaron a tu habitación un hombre y una mujer que parecían tener más de cincuenta años. El hombre se presentó como Jin Ikuta y la mujer como Mao Aragaki. Ambos se veían con gestos muy serios. Te dijeron que iban a realizarte algunas preguntas y éstas iniciaron después de encender una grabadora de voz.

—Kyoga, describe lo que entiendes por factor áureo —te dijo Jin.